Construir instrumentos antiguos, particularmente del período barroco. Esa fue la inquietud que nació en el luthier Fernando Lockley cuando aún era un estudiante en la Escuela de luthería de Tucumán. “Todos se sorprendían y me decían que estamos en el norte argentino, que me dedicara a hacer charangos”, dice entre risas.
Pero Lockley no estaba de acuerdo y comenzó sus investigaciones sin descansar hasta que tuvo en sus manos una réplica de violín modelo Stradivari fabricada por él mismo. Y lo hizo empleando las técnicas y los materiales que se utilizaban en los siglos XVII y XVIII. “Me interesó el barroco porque es el mejor período de la luthería”, opina Lockley. “Se escribían obras que exigían gran destreza al músico y la búsqueda de más sonoridad y mejores timbres derivó en la evolución de las técnicas. Aparecen los grandes maestros de la luthería como Antonio Stradivari, Giussepe Guarneri y Nicolo Amati. Estos que estar a la altura los virtuosos intérpretes y compositores de la época”.
La investigación
El taller de Lockley es pequeño y acogedor. De una pared cuelgan violines, laúdes y una viola da gamba. Todas réplicas del barroco. Otra pared sostiene herramientas de luthería. Sentado en una banqueta en el centro de la escena, el protagonista toma unos mates. Todo lo demás es madera rodeándolo y así lo reconoce el mismo: “me atrapó la madera”, afirma. “Cuando era chico se me rompió la guitarra y la arreglé yo mismo. Entonces nació mi idea de dedicarme a este oficio”. Años después egresaría de la escuela de luthería de la UNT en donde actualmente enseña Luthería Teórica.
Para llegar a los instrumentos del barroco el luthier encaró dos desafíos: la investigación y la complejidad de las técnicas. No existen lugares especializados que impartan enseñanza al respecto, por lo tanto para obtener sus conocimientos se contactó con los escasos colegas argentinos dedicados al asunto (ver Otros luthiers…) y con músicos propietarios de algún instrumento de la época; visitó museos como el de Louvre, en París, que posee una importante colección al respecto y el museo Nacional de Bruselas que cuenta con una numerosa recopilación de planos.
Esto le permitió acceder a piezas históricas, realizar mediciones y acoplar la documentación necesaria para reconstruir estas piezas. Pero lo más importante, explica, es poder acceder a escuchar un instrumento original de aquella época.
“Hubo un tiempo en el que me la pasaba en el correo enviando y recibiendo cartas o asustándome con la cuenta del teléfono que llegaba luego de varios llamados internacionales”, bromea. “Hoy, gracias a internet, todo es mucho más fácil; incluso hay planos que se pueden conseguir directamente a través de la web”.
Los instrumentos
Pero no basta sólo con la información, luego hay que desarrollar cierta pericia para aplicar las técnicas antiguas de construcción. “Aunque las maderas son similares a las que se utilizan actualmente, los instrumentos barrocos tienen espesores muy finos y eso requiere cierto cuidado y delicadeza en su elaboración. Se utiliza pegamento de origen animal para respetar la forma en que se trabajaba en esa época. También se utilizan elementos difíciles de trabajar como el hueso de ganado vacuno para ornamentación”, explica.
Una diferencia esencial entre los instrumentos modernos y los barrocos son las cuerdas. Mientras que los primeros utilizan cuerdas de metal, los barrocos utilizaban cuerdas de tripas de cordero. “Esto da un sonido muy puro, más cálido y más aterciopelado, con otra riqueza de armónicos, un sonido muy natural, además tienen una afinación baja”, describe Lockley. “Con la cuerda de metal se obtiene más volumen, es un sonido más estridente, con predominancia de agudos. Hay que tener en cuenta que en el siglo XVII la invasión sonora era menor a la actual: había más silencios y el ruido del tránsito, por ejemplo, era mucho menor”
La emoción
Lockley describe emocionado las distintas etapas de su trabajo. La investigación, la madera en bruto, el ojo del luthier descubriendo la forma aún oculta, la delicada ceremonia de unir las piezas, el trazo paciente del barniz y la magia última: el montaje de las cuerdas y el primer sonido que certifica la existencia de un instrumento que acerca la sonoridad del siglo XVIII a los oídos contemporáneos. “Siento que el trabajo está terminado cuando escucho al músico tocando el instrumento” subraya el luthier.
En épocas donde la tecnología avanza de manera voraz sobre todos los campos, la música no está exenta de ello. La necesidad de actualización permanente involucra también a músicos y hacedores de instrumentos. En ese contexto, Fernando Lockley elige volver al pasado para traer, a este mundo abarrotado de sonidos, la pureza artesanal del barroco musical. “Quiero investigar el origen de todo lo que escuchamos hoy, cómo nacieron y cómo se fueron modificando estos instrumentos”. Quizás la búsqueda del origen sea la manera más acertada de entender el presente y el futuro de la música.